Este invento casual fue lo que se conoce comúnmente como una «Serendipia«. Ya sabes, esos descubrimientos inesperados donde el científico, sin saber muy bien cómo, da con un hallazgo cuando en realidad pretendía algo muy distinto. Esto fue lo que le ocurrió a Edouard Benedictus, un químico francés que en 1903 nos trajo algo imprescindible en nuestro día a día: el vidrio laminado.

¿Quieres descubrir con nosotros cómo lo hizo? Excelente, pero primero nos pondremos el cinturón de seguridad…

El cristal que cayó al suelo y no se rompió

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Edouard Benedictus

Edouard Benedictus, estaba, como cada día, trabajando en su laboratorio. Era químico e inventor, un inventor francés que aquella mañana estaba haciendo experimentos con nitrato de celulosa. El que le cayera al suelo un matraz de vidrio no era nada nuevo ni fuera de lo normal, pero nuestro químico francés se quedó sin aliento al comprobar que a pesar de haberse roto, el matraz no se había hecho añicos. Es decir, no se había desprendido ni un solo pedazo de cristal de la forma original del recipiente. Estaba perfectamente unido.

¿Cómo podía ser? aquello era simplemente fascinante, tanto, que la mente del inventor empezó a poner en marcha los engranajes del ingenio en busca de algún tipo de aplicabilidad práctica a aquel suceso. Aunque, claro está, lo primero era comprender cómo había ocurrido. Hizo un pequeño retroceso mental y recordó que el matraz estaba cubierto en su interior por una solución de nitrocelulosa. Un material que a los pocos segundos se había evaporado sin dejar rastro, pero sin embargo, había sido suficiente para aplicar una capa de protección al cristal impidiendo que se fragmentara. Maravilloso, sin duda…

La aplicación del vidrio laminado

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Luna de coche con cristal laminado

Tal vez te sorprenda, pero pasaron bastantes años antes de que Edouard Benedictus le diera a su cristal la aplicabilidad que todos conocemos. Al poco tiempo estalló la Primera Guerra Mundial, y su invento fue infinitamente práctico en los cristales oculares de las máscaras de gas. De ese modo, se evitaban graves lesiones en esa parte tan sensible del rostro.

La verdad es que no fue hasta que el inventor francés fue testigo de un grave accidente de tráfico, cuando se le hizo la luz y comprendió de qué manera podría utilizar su cristal irrompible. En aquel accidente una chica había sufrido graves lesiones en el rostro después de que el cristal frontal del automóvil estallara contra ella, desfigurándola. Debía hacer algo, algo útil con su cristal irrompible…

Su invención posterior fue la de unir dos láminas de cristal con la misma solución de nitrocelulosa de siempre, de este modo, el mundo de la automoción se evitaría uno de los riesgos más frecuentes en aquella época. En la primera parte del siglo XX, la mitad de las personas fallecidas en accidentes de tráfico era a causa precisamente por el impacto de los cristales frontales sobre sus cuerpos. Algo realmente trágico.

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En 1939 el cristal laminado ya era extensamente utilizado. Lo llamaban «el vidrio de seguridad indestructible», y era la Ford Motor Company de Dagenham, en Inglaterra, la primera en comercializarlo. Así que ya sabes, cada vez que te subas al coche, recuerda a ese químico francés, al señor Edouard Benedictus, que un buen día y de modo accidental, nos trajo un recurso imprescindible que diariamente protege a miles de personas en sus accidentes de tráfico.

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