Como ya sabes, la mayoría de los cuentos populares que los hermanos Grimm nos trajeron en su momento, disponen de múltiples y antiguos orígenes. Y no, no todos disponen de un final feliz, ni sus protagonistas acaban en un altar comiendo perdices; aunque ésa es una imagen que a la factoría Disney siempre le ha encantado mostrarnos para tranquilidad de grandes y pequeños.

No hace mucho te hablábamos en Supercurioso de la verdadera Blancanieves y su triste historia. Pues bien, hoy queremos hablarte de esa dama que siempre debe volver a casa antes de la media noche, de esa joven humilde que en su intento por no llegar tarde siempre acaba perdiendo un zapato… Ya sabes, Cenicienta.

Los curiosos orígenes greco-egipcios de la Cenicienta

La historia de la Cenicienta es sin duda uno de los relatos más clásicos de la Antigüedad. Dispone de una larga tradición oral y escrita que lo entrelazan desde la cultura Egipcia hasta la cultura Griega. Los elementos que casi siempre parecen repetirse son precisamente esos acompañantes sobrenaturales que ayudan a la protagonista, como las palomas, animales que en Grecia siempre se asociaban con la diosa Afrodita. 

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Es precisamente en la tradición Greco-Egipcia donde encontramos a la primera «Cenicienta», pero ésta vez de nombre Ródope, una muchacha griega de cabellos claros y piel muy blanca que es raptada por unos piratas para ser vendida en Egipto como esclava. Como no puede ser de otro modo, Rórope entra a trabajar en una casa donde es despreciada por siervas libres, chicas que la humillan por ser diferente, de otra raza.

Un día, mientras Rórope trabajaba en sus arduas tareas como esclava, entra un Halcón y le roba una de sus sandalias. Era el dios Horus Egipcio, quien huye audaz para ir hasta el faraón de Egipto y dejarle caer esa intrigante sandalia. ¿Por qué lo había hecho? El Faraón Amosis I, supo interpretarlo de inmediato: era una señal de los dioses. Debía buscar a la dueña de esa sandalia para hacerla su esposa.

La versión china de la Cenicienta

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¿Sorprendido? Seguro que no. La influencia asiática en el cuento de la «Cenicienta» siempre ha tenido muchos adeptos. En especial por el tema de los zapatos y la idea de que «los pies pequeños» son un símbolo de absoluta belleza en esta cultura, un rasgo que siempre parece acompañar a la figura de la Cenicienta.

Existe pues un interesante relato que tiene su origen a lo largo de los siglos VIII y X de la dinastía china Táng, que nos presenta a una joven, a una muchacha de nombre Yeh Shen. Es -cómo no- muy bonita, y dispone de unos pequeñísimos pies que la diferencian del resto de jóvenes. Recordemos que es en esta época cuando empieza precisamente a ponerse de moda lo que ellos llaman “pies de loto”, donde, un pie no debía mediar más de diez centímetros para poder considerarse hermoso.

Toda una «tortura china» desde luego, algo que obligó a muchas niñas a tener que ajustar sus zapatos para impedir así el correcto crecimiento del pie. Pues bien, en el relato asiático de la Cenicienta, Yeh Shen es la hijastra de una mujer malvada que la humilla y que la hace trabajar para el resto de sus hijas. Es la criada de casa y el centro de todas las desdichas. Nada nuevo, como puedes ver…

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Y obviamente, un buen día se celebra un baile en la región. Un acontecimiento que le es vetado a la joven Yeh Shen, siendo encerrada bajo llave porque su madrastra y hermanastras la consideran demasiado bella para asistir. Una rival peligrosa. El único amigo del que disponía la protagonista era un bonito pez de colores, pero su madrastra, cruel hasta el extremo, temiendo que el animal pudiera ayudarla de alguna forma, lo cocina y se lo come.

Una tragedia. Pero la chica guarda las espinas sabiendo que son mágicas, e invoca a los espíritus para que la ayuden. Y así lo hacen… Yeh Shen acude al baile con un precioso vestido y unos bellos -y diminutos- zapatos, perdiendo uno en su escapada antes de que la magia terminara, tal y como nos cuenta el relato que todos conocemos.

Obviamente el emperador se enamora de ella, quedándose con ese zapato perdido y proclamando el edicto de que la muchacha que entrara en dicho zapato habría de ser su esposa. Ante esta irresistible proposición, lo que hace la madrastra es cortar los dedos de los pies de una de su hijas para que lograra pasar la prueba. Al ver que no funciona, le corta los talones a otra de sus hijas. Pero el engaño -y la tortura- es descubierta y la malvada mujer es arrojada a un pozo. Y sus hijas… apedreadas hasta la muerte.

Finalmente, nuestra Yeh Shen, la de los «pies de loto» aparece junto al emperador calzándose a la perfección el zapato perdido.  Un final feliz al gusto de todas las culturas. Una versión muy-muy semejante a la que todos conocemos, sin duda.