Espejos. ¿Qué haríamos sin ellos? Forman parte de nuestra cotidianidad y ya sería imposible vivir sin ellos. Están en nuestros baños, nuestras habitaciones, los llevamos en el bolso, decoran bares y restaurantes… pocos objetos son tan habituales e indispensables en nuestra existencia. Han estado presentes a lo largo de la historia, excepto en el medievo, donde eran algo vetado por verlo como un ejemplo claro de la vanidad humana.

¿Por qué los espejos reflejan nuestra realidad?

No es cosa de magia. Se trata de algo muy sencillo: los espejos son superficies pulidas, muy-muy pulidas que disponen en su reverso de una capa metalizada de plata o estaño que consigue reflejar así toda la luz que recibe.  Son precisamente los rayos de luz visibles quienes inciden sobre nuestros espejos, reflejándose con el mismo ángulo con el que incidieron, repitiendo así dicha imagen con el mismo tamaño, forma y color pero… no en el mismo sentido. Es decir, los reflejos viajan a los espejos justo en el sentido contrario a nosotros. Pero lo más curioso de todo es que dichas imágenes, es decir, cuando nos vemos a nosotros mismos allí impresos, las señales luminosas son transmitidas al cerebro, quien se encarga de ordenarlas y reconstruir la imagen captada,  «casi» simétrica a la nuestra.

Es por ello que cuando nos ponemos ante ellos tenemos la impresión de que cuando movemos la mano derecha, parecerá que nuestra figura reflejada ha movido la izquierda, y viceversa. Y qué decir de cualquier palabra reflejada en el espejo… imposible leerla.

Te interesará saber también que fueron muchas las civilizaciones que han utilizado estos objetos tan básicos. Los egipcios por ejemplo bruñían el cobre, la plata o el bronce para lograr el efecto espejo que todos conocemos, ahí donde la luz pudiera reflejarse. A lo largo de los siglos la técnica siguió mejorándose, pero llegada la Edad Media, con todos sus miedos y oscurantismos, los espejos fueron casi prohibidos por considerarse un claro ejemplo de la vanidad y del pecado. Pero eso sí, fueron muchas las damas y las cortesanas que, obviamente, siguieron utilizándolos a escondidas. ¿Cómo evitarlo? porque… ¿Qué sería de nuestro aseo personal y de nuestra belleza sin ese básico utensilio con el cuál juzgar si ese peinado o ese vestido nos sienta bien?